Mi vocación hacia el Ejército de Tierra de España se manifestó desde una edad temprana. Ya desde la infancia, sentí una profunda atracción por la institución militar. De hecho, esta inclinación se consolidó durante mis años en la E.G.B. (Educación General Básica), una etapa en la que, junto a mi compañero Amador, la temática militar era un punto recurrente de interés. Es probable que esta fascinación se viera influenciada por el entorno familiar de Amador, cuyo padre era suboficial del Ejército en aquel periodo. Incluso durante las sesiones de dibujo libre en el horario lectivo, mi producción artística se centraba de manera sistemática en representaciones relacionadas con el ámbito castrense.
Un hito significativo en mi desarrollo vocacional ocurrió al trasladarme a Puerto de Sagunto. Tras finalizar la 8ª de E.G.B. (Educación General Básica) con ciertas complejidades, evalué la opción de ingresar en el IPE (Instituto Politécnico del Ejército) nº 2 en Calatayud (Zaragoza) como una posible vía de futuro. Sin embargo, este camino no resultó viable, ya que los requisitos de acceso exigían la finalización previa de una FP-II (Formación Profesional de Segundo Grado), lo cual implicaba una edad mínima de ingreso de dieciocho años.
Ante esta restricción, la opción militar fue temporalmente descartada. Procedí a reorientar mi planificación académica, optando por continuar mis estudios dentro del nuevo plan de la LOGSE (Ley Orgánica de Ordenación General del Sistema Educativo) cursando 3º y 4º de E.S.O. y Bachillerato, con el objetivo de definir con mayor claridad mi futuro profesional.
Metopa del IPE Nº 2 del Ejército de Tierra
Una tercera oportunidad para ingresar a la carrera militar se presentó durante el verano de 1995, coincidiendo con la estancia de mi madre en Queens, Nueva York, Estados Unidos. En aquel momento, evalué seriamente la posibilidad de trasladarme a territorio norteamericano para alistarme en los Marines (Cuerpo de la Marina de los Estados Unidos), dado que existía un programa de reclutamiento dirigido a jóvenes mayores de 16 años.
No obstante, los requisitos de inmigración y el posterior retorno de mi madre a España constituyeron obstáculos insalvables para materializar esta alternativa. Con la perspectiva del tiempo, considero que esta situación fue favorable, ya que la defensa de una bandera diferente a la propia, y en particular la de una nación con un historial de conflictos geopolíticos con España, habría resultado incompatible con mis convicciones de identidad y lealtad.
El punto de inflexión decisivo tuvo lugar en el otoño de 1998. En ese periodo, me encontraba repitiendo el curso de 2º de Bachillerato con el objetivo de superar la asignatura pendiente de Latín II. Coincidiendo con esta etapa, se organizó en el I.E.S. Nº 3 (actualmente I.E.S. María Moliner) una Jornada de Orientación Profesional de alto impacto.
Dicha jornada congregó a diversas instituciones de seguridad, emergencia y defensa, incluyendo a la Policía Local de Sagunto, la Policía Nacional, la Guardia Civil, la Cruz Roja, los Bomberos del Parque de Sagunto, el Consorcio Provincial de Bomberos y, fundamentalmente, el Ejército de Tierra. El propósito era exponer sus capacidades y las oportunidades de empleo que ofrecían. Ese mismo día, tras la presentación, formalicé mi decisión vocacional recogiendo los impresos necesarios para iniciar mi proceso de oposición e ingreso como soldado en el Ejército de Tierra.
Al considerar las opciones disponibles para la postulación a unidades, la información inicial resultó ser compleja de interpretar. Mi orientación se basó principalmente en las conversaciones mantenidas con mi profesor de apoyo estival, José Antonio Fernández ("Jose"), quien previamente había servido como zapador en una unidad ubicada en la localidad de Marines durante su Servicio Militar Obligatorio (SMO).
Motivado por esta referencia y una comprensión inicial de las funciones, que incluían el manejo de explosivos, la construcción de infraestructuras temporales (campamentos) y el apoyo directo a las unidades de infantería, procedí a tomar la decisión. Mi selección se centró en la especialidad de zapadores en diversas unidades operativas, abarcando desde La Legión hasta los Cazadores de Montaña y las Brigadas Paracaidistas.
Gestioné el proceso de aplicación de forma confidencial respecto a mi familia. Sin embargo, la decisión fue tratada con total transparencia y consenso con mi círculo más íntimo, especialmente con mi pareja, cuya vida también se vería influenciada por este cambio de rumbo.
El contexto en el que se produjo la solicitud es relevante: a pesar de contar con una prórroga de estudios activa y otra preaprobada, lo que me eximía de realizar el Servicio Militar Obligatorio (SMO) —cuya fecha oficial de cese era el 31 de diciembre de 2001—, procedí con mi aplicación. Esta determinación sorprendió incluso al personal de la institución. Al presentar mi documentación en la Caja de Reclutas de Valencia (ubicada junto al Paseo de la Alameda), el subteniente a cargo verificó en el sistema informático la existencia de mis exenciones y me recordó el inminente fin del SMO. Tras ser cuestionado sobre la firmeza de mi propósito, reafirmé mi compromiso, completando así la entrega formal de mis papeles.
La fase de evaluación y las pruebas de acceso se completaron con éxito a mediados de febrero de 1999. Tras la superación de este proceso, la formalización de mi destino se materializó con la recepción del documento de viaje, un billete de tren con trayecto exclusivo de ida a Alcantarilla (Murcia). La convocatoria era inminente: se me requería para presentarme como aspirante a soldado en el BIP (Batallón de Instrucción Paracaidista) el domingo siguiente a la notificación.
Este día se convirtió en un momento determinante en mi trayectoria. A pesar de haber gestionado la aplicación con discreción familiar, la repentina noticia de mi incorporación generó una reacción de sorpresa e inquietud en mi núcleo más cercano. Ante la premura, mi preparación se limitó a lo esencial: un equipaje conformado por una muda de ropa, artículos básicos de higiene y efectos personales como mi walkman. Este minimalismo en la preparación reflejaba mi expectativa inicial de un pronto retorno, basada en la alta probabilidad de no superar los rigurosos procesos de selección y adaptación que se iniciaban el lunes. Mi enfoque, por lo tanto, era el de cumplir con el trámite, sin asumir la permanencia.
Emblema del batallón de Instrucción Pracadisita (BIP)
El viaje inicialmente previsto como un breve periodo de observación en el Acuartelamiento de Santa Bárbara, en Javalí Nuevo (pedanía de Alcantarilla), se transformó en un proceso de evaluación intensivo de cinco días. Este periodo incluyó pruebas psicotécnicas, pruebas de aptitud física, entrevistas personales y una inmersión directa en la rutina castrense.
La fase de selección se caracterizó por una notable convergencia inter-unidades, dado que los aspirantes convivíamos independientemente de nuestra especialidad de aplicación (infantería, artillería, zapadores, transmisiones, logística, etc.) o nuestra unidad de destino, que incluía a la Brigada Paracaidista (BRIPAC), la Brigada de La Legión (BRILEG) y la Brigada Ligera Aerotransportable (BRILAT).
Durante esta semana, los aspirantes adquirimos familiaridad con la disciplina horaria del acuartelamiento, la jerarquía militar (divisas de suboficiales y oficiales) y la jerga operativa. Además, se impartieron charlas informativas sobre diversos aspectos institucionales. El proceso de cribado culminó el viernes por la mañana. Se procedió a la entrega individualizada de los billetes de transporte: a aquellos aspirantes que resultaron no aptos se les proporcionó el billete de retorno definitivo a sus domicilios; mientras que, a quienes superaron con éxito todas las pruebas, se les entregó un billete de vuelta a la estación de Alcantarilla para la reincorporación el domingo siguiente.
Emblema de la Brigada Paracaidista (BRIPAC)